I want to be a machine
Ultravox
El
filósofo y teórico del arte austriaco Gerald Raunig es uno de los pensadores
contemporáneos más interesantes y originales. Investiga temas como la crítica
de la creatividad capitalista, la producción de bienes comunes, la relación
entre arte y activismo político o la crítica de la representación. Es autor de
textos tan influyentes como ‘Art and Revolution’, una crónica alternativa y
no-lineal de las revoluciones estético-políticas siglo XX. La conversación comienza
en torno a su nuevo libro ‘Factories of Knowledge’, recientemente publicado por
el The MIT Press, del Massachusetts
Institute of Technology, para luego ir explorando otros territorios, teniendo muy presente el
momento de efervescencia que estamos viviendo en los últimos tiempos.
PARTE 1: sobre
la creatividad
1. Distopia: ¿hacia el final de la creatividad?
Es muy
interesante la idea que sugieres en tu libro sobre cómo la paulatina modulación
y colonización de la creatividad, “que afecta a los modos de subjetivación y a
las formas de vida (…) tiene el potencial de agotarla” (pp.103-4). La
creatividad como un régimen que puede llegar a un punto muerto bajo ciertas
condiciones políticas es una visión distópica, al tiempo terrible y fascinante.
Tiene
mucho ver con una idea que me viene rondado la cabeza. La llamada cultura de la
transición, aunque no me gusta demasiado este término, más que una serie de
productos y autores/marcas, se trata de la producción de un imaginario que es fundamentalmente incapaz
de pensar y pensarse fuera de sus instituciones, jerarquías y reglas. Este
régimen estético ha producido auténticas distopias como la burbuja inmobiliaria
española, paisajes de pesadilla de una fealdad extrema que puede ser calificada
como política. ¿Podrías
desarrollar más la idea de ese posible escenario?
Gerald: Sí claro. Depende de qué clase de
creatividad estemos tratando. Si hablamos de la producción subordinada como
ocurre en las industrias creativas, ésta podría continuar estancada a modo de
una eterna repetición indiferenciada. La máquina capitalista tiene una
concepción del tiempo basada en la lógica lineal del pasado, el presente y el futuro,
así como en la idea teleológica de progreso como sentido último de la historia.
En este sentido podemos llegar a un tiempo sin creatividad, donde simplemente
nada ocurre, nada más es creado, tan solo una eterna repetición indiferenciada
de lo mismo. Pero si pensamos el presente no como un momento de transición
entre el pasado y el futuro, sino como un tiempo donde y cuando las cosas se
expanden, este ‘llegar a ser presente’ es un tiempo muy específico de
creatividad.
2. El ‘intelecto transversal’
Los aparatos destructores de la creatividad de las
instituciones disciplinarias, la aplicación de los criterios, métodos y valores
de negocio a la subjetividad, la precarización total, la subordinación de
nuestros deseos… En ‘Factories
of Knowledge’ trazas un mapa de la creatividad como herramienta de
control de los medios de producción de subjetividad. El artista se ha
convertido en el modelo empresarial y la creatividad en una piedra angular del
capitalismo. El resultado sería la precarización de las condiciones de vida, el
‘yo’ como marca, el auto-control, la auto-disciplina y el gobierno neoliberal
del individuo. En este régimen, ¿cómo podría ser desarrollada una producción
artística experimental, antagonista, desbordante y constituyente?
Gerald: Creo que debe evitarse la
separación de lo estético y lo político. De modo que no estoy seguro como la
producción artística en una campo social específico, ‘el mundo del arte’,
podría ser salvaje, experimental o desobediente. Si hablamos de
transversalidad, en su propia definición está la capacidad de enrarecer el
orden de los campos sociales. Mi propuesta sería insertar en los movimientos
activistas los conocimientos estéticos y técnicos específicos de las personas
que trabajan como artistas. Y no hacerlo como especialistas que realizan su labor
en un nicho cerrado dentro de compartimentos estancos, sino mezclando sus
saberes con otros componentes de una ‘intelecto transversal’ [‘transversal
intellect’].
En
‘Factories of Knowledge’ hablas de ese ‘intelecto transversal’, “que se mueve a
través de la dicotomía entre lo individual y lo colectivo” (p 66) como un
desbordamiento crítico de la noción del ‘General Intellect’ o conocimiento
social.
¿Puedes desarrollar esta idea un poco más y las maneras en que puede ser
inventado hoy en día?
Gerald: La intelectualidad social es
plural, es maquínica. No es la cualidad vaga de una ‘inteligencia colectiva’, tomando
recursos de una reserva de ‘know-how’, que sería tan identitaria y cerrada como
la imagen de la inteligencia del individuo limitada por un cuerpo humano. La
intelectualidad social se conecta a la corriente de pensamiento que permea lo
individual y lo colectivo.
El hecho de que,
como escribe Marx, “las condiciones propias de los procesos de vida social hayan
pasado al control del General Intellect”, no tiene únicamente una cualidad
emancipadora. Su ambivalencia consiste en que, hasta cierto punto, esto se ha
hecho realidad en el capitalismo cognitivo, no sólo como el control de las
condiciones de vida y trabajo de la mayoría de las personas, sino incluso
también como una valorización de la cooperación e incluso del propio
pensamiento. Toni Negri, Paolo Virno y otros escritores post-operarios
conceptualizan este cambio como el “comunismo del capitalismo”. El General
Intellect y su control sobre los procesos de vida degeneran aquí en una sumisión
completa del intelecto y el lenguaje, de la información y la comunicación, de
la imaginación y la invención.
El intelecto que
no asimila los flujos del conocimiento social en una unidad general universal,
el intelecto que no debe nada a esta forma de unidad y no necesita despegarse
de ella, debe ser inventado como intelecto transversal. Y es transversal porque
emerge al atravesar las singularidades del pensar y del hablar, fabricando
conocimiento: una corriente maquínica de pensamiento que se mueve a través de
la dicotomía de lo individual y lo colectivo, que permea los individuos y los
colectivos, habita los espacios entre ellos. El intelecto transversal es
afectado por corrientes y enjambres orgiásticas; soviets nómadas de producción
de conocimiento que trazan líneas de escape de los viejos modelos de la
vanguardia histórica y de la universalidad.
3. Instituciones culturales: de lo público al común
Las
instituciones artísticas pública y privadas han sido las productoras tradicionales
de valor estético [valorización]. En tu ensayo ‘Art and Revolución’ investigas
máquinas complejas que desafían y tratan de subvertir esta noción, al tiempo
que están inmersas en la vida cotidiana. Las grandes instituciones como los
museos contemporáneos, fundaciones, galerías, casas de subastas y ferias de
arte todavía generan, financian, estructuran, negocian y determinan el valor de
los trabajos y procesos. Da la sensación de que las propias instituciones tratan
de combatir la amenaza de pérdida del monopolio con la auto-referencia del
proceso de la pérdida del monopolio, usando la producción para justificar su
propia mediación.
¿Estamos
viviendo el final del monopolio sobre la generación de valor? ¿Cómo crees que sería
posible revolucionar las instituciones culturales?
Gerald: Creo que es importante que la
institución artística no sea considerada ni como un apéndice del estado o del
mercado del arte ni como heterotopía, es decir, algo que podría funcionar por si
misma independiente de ambos. ¿Qué ocurre si es capaz de transformar el aparato
del estado desde su interior, hasta el extremo de que llega a ser una potencial
institución del común?
La crisis no es
sólo económica. No solo afecta a los presupuestos; en el mejor de los casos,
fuerza a la institución a pensar en un funcionamiento diferente en el que entre
en relación con nuevos agentes sociales y nuevas geografías. Es exactamente en
esta ruptura, provocada por la crisis de la institución artística, donde puede
ser imaginada una ofensiva que impulse la transformación de la ‘institución
pública’ en la ‘institución del común’. El punto es reorganizar los restos de
la esfera pública civil y de la sociedad concebida como socialdemócrata, para
transformar lo público en común. En cierta manera, esto implica nada menos que
inventar de nuevo el estado. O mejor, inventar una nueva una nueva forma de
aparato del estado mientras el viejo todavía existe.
En el campo del
arte, es posible construir sobre la experiencia concreta de algunas
instituciones progresistas europeas. Mientras las políticas neoliberales, a
veces bajo la bandera de un ‘Nuevo Institucionalismo’, minaron las
instituciones en los años noventa y primera década de este siglo, se desarrolló
una línea minoritaria de políticas culturales radicales en el campo de las
artes visuales, que puede ser ahora interpretada, en cierta aspectos, en la dirección
del común. Habían puesto en marcha experimentos más o menos radicales de
auto-transformación, a veces en el nivel del contenido, teoría y discurso, a
veces, también, en relación a sus modos de producción y formas de organización
moleculares. Hay ejemplos interesantes, como el Shedhalle en Zurich, que ya en
los años 90 era un espacio de crítica radical feminista, y ahora está abriéndose
de nuevo a múltiples luchas más allá del campo del arte. O pensemos en algunos
grandes museos como el Vanabbe en Eindhoven, produciendo una variante holandesa
de prácticas de crítica artística transnacional y proyectos educativos.
A pesar
de la efervescencia política que estamos vivido en los últimos años en el
estado español, todavía hay un profundo divorcio entre la producción artística
y estética, por un lado, y el activismo político, por otro. Hay una carencia de
espacios de encuentro, de reflexiones compartidas y de prácticas concatenadas.
Probablemente, desde el comienzo de la mal llamada transición la producción
cultural no ha sido sólo ni una determinada política de gestión ni los procesos
de comercialización de una serie de autores/marcas y productos culturales de
consumo, sino la construcción de un régimen biopolítico neoliberal productor de
subjetividades específicas y la valorarización total de formas-de-vida. Como
dice Félix Guattari, así como el capital es un modo de semiotización que
permite tener un equivalente general para las producciones económicas y
sociales, la cultura es el equivalente general para las producciones de poder.
Aunque
el 15M fue, entonces, una bomba de relojería en el centro de este aparato, necesitamos
grandes dosis de imaginación política y estética para desarrollar nuevos escenarios
de ruptura. Algunas instituciones culturales han tratado de abrirse a los movimientos
sociales y plantear políticas progresistas, pero no han perdido su carácter, o
su pertenencia, a estructuras fuertemente jerárquicas, burocráticas,
controladoras, muy alejadas en su funcionamiento interno de lo que sería una
institución del común, del ejercicio de la democracia directa y de prácticas de
gestión abierta y horizontal. Tanto en su funcionamiento, como en su modo de mostrarse,
forman parte de un aparato estatal rígido, controlador y policial. Parece que,
a pesar de las interesantes excepciones, este intento reformista desde el interior
del propio aparato se enfrenta a una tarea casi imposible, si no cuenta con la fuerza
desbordante de otros agentes, y está condenada a jugar el papel de institución
socialdemócrata, paternalista y co-optadora.
Gerald: Quizás, parezca descabellado
esperar que las instituciones artísticas re-inventen el estado. Esta
expectativa puede no tener éxito, pero, también, hay que tener en consideración
que en comparación con otras instituciones, como las dedicadas a la salud, la educación,
la ciencia, la investigación o el comercio,
el campo del arte tiene ciertas ventajas. Presenta una extraña mezcla de
demandas de autonomía, tendencias experimentales, expectativas de posiciones
críticas y atención a los temas políticos, que hacen de ellas casos
excepcionales si las comparamos con otras instituciones.
PARTE 2:
sobre la revolución - la okupación
4. Micropolíticas versus biopolíticas
Hay en ‘Factories of Knowledge’ una defensa de la brevedad temporal de
las acciones políticas destituyentes, una poética de la transformación suave, gentil,
débil, micro, inconcreta, “que no demanda nada”… Frente a esta postura, es
interesante traer a colación ejemplos de activismo y lucha tan interesantes como
el de la PAH, con demandas muy concretas, o el desarrollo su Obra Social, que libera
edificios de viviendas vacías en manos de los bancos, para alojar personas
desahuciadas o sencillamente sin casa. Así como la evolución del activismo en
los últimos años, capaz de apoderarse y desbordar identidades fuertes, sin caer
en viejos modelos representativos.
Estos años de radicalización de las estrategias neoliberales, violencia
sistemática generalizada, control mediático y robo de los bienes públicos y
comunes, lo que se ha llamado la ‘crisis’, parece que han mostrado que el
modelo de transformaciones micro-políticas, desarrollado con el 15M, no era
suficiente. Y se ha visto empujado hacia un enfrentamiento general por la supervivencia
de las formas-de-vida, al tiempo que, el régimen español, nacido después de la
muerte de Franco, se encuentra en un estado de crisis terminal.
Hay un cambio de paradigma en el intento de combinar prácticas no-
representativas y representativas, formas renovadas de deterritorialización y
reterritorialización. Se están produciendo iniciativas sorprendentes que buscan
desbordar la dicotomía entre instituciones y políticas horizontales comunes,
narrativas fuertes y oblicuas micro-narrativas, macro y micro-políticas. El
objetivo es hacer frente e incluso tomar los aparatos del estado para democratizarlos
de manera radical. Numerosos ejemplos
interesantes proliferan por todas partes. Las CUP, un movimiento municipalista
presente ahora en el Parlamento Catalán, mezcla la democracia directa y políticas
de corte representativo con considerable agudeza. Otro caso es el Guanyarem
Barcelona, en el que está directamente implicada Ada Colau, quien fuera portavoz
de la PAH, que está trabajando junto a otros muchos activistas, partidos
políticos, colectivos y ciudadanos en la construcción de una amplia iniciativa
para tomar el ayuntamiento de esta ciudad. Una iniciativa que está en marcha en
otras muchas ciudades. Podemos, una especia de partido político de nuevo
formato en construcción abierta, es otro caso interesante. Todos estos ejemplos
comparten fuertes conexiones con el sujeto político surgido del 15M.
El régimen español, desde sus medios de propaganda a sus clases
dirigentes y partidos políticos, parece aterrorizado ante la fuerza de estos
movimientos, que han permeado grandes estratos de la sociedad. Es muy
interesante constatar que ni siquiera dispone de las herramientas para poder entender
estos nuevos sujetos políticos. Su única respuesta es represión y censura.
¿Estos escenarios
de ruptura no contradicen de manera clara tu idea de las suaves, planeadoras,
gentiles y breves concatenaciones acciones políticas destituyentes?
Gerald: Conozco y he experimentado
algunos de los desarrollos positivos post-15M. Para mí son ejemplos de una
incipiente revolución molecular. Uno de los aspectos más excitantes es una
nueva práctica de ‘inclusión radical’, que de ninguna manera se trata de la
repetición de un absurdo sueño hippie, ni una proyección romántica de la
suspensión de las barreras de clase y las fronteras nacionales, ni la fantasía
de una fraternización sin dolor. La inclusión radical significa la
potencialidad de la apertura del propio territorio existencial, un territorio
fundamentalmente inclusivo sin puertas ni umbrales, un modo de
reterritorialización del espacio y el tiempo.
Lo que da forma
a los modos de acción de los indignados no es sólo aplicable al espacio, sino a
la reapropiación del tiempo. Se toman su tiempo para realizar largas y
pacientes discusiones asamblearias, para permanecer en el lugar que ocupan y
desarrollar día-a-día una nueva cotidianeidad. No es una escapada, ni un desentenderse
del mundo, no es un fuera-del-tiempo, sino una brecha en el régimen de
subordinación temporal. No es una lucha por una mera reducción de la jornada
laboral, sino un nueva concepción del tiempo.
En el
capitalismo maquínico la apuesta es la apropiación total del tiempo. En medio
de las angustias de la vida precaria, un excedente es inventado, el deseo de no
ser co-optado. Los activistas precarios, organizadores e, incluso, los nuevos
coordinadores de los partidos y movimientos sociales que mencionas aplican,
entonces, diferentes relaciones temporales.
En vez de
aceptar las narraciones de la historia revolucionaria (y de su historiografía
estructuradora) como el único camino posible y reproducirlo hasta la infinidad,
hay una necesidad de inventar, de innovar y multiplicarlas prácticas y
narrativas revolucionarias. Entonces el ‘único gran evento’ revolucionario se
convierte en una cadena sin final de prácticas instituyentes, la invención de
una siempre renovable institución monstruosa: la institución del común.
5. La ocupación como invención de una nueva institución
Vuelvo
al tema de la suavidad y brevedad de las acciones revolucionarias. Cito del
libro ‘Art and Revolution’, las “transiciones, superposiciones y
concatenaciones de arte y revolución llegan a ser posibles por un espacio
limitado de tiempo” (p. 18). Pienso en relatos como el documental ‘The Spirit
of 45’ de Ken Loach sobre la creación del estado del bienestar y el papel que
jugó el gobierno del Partido Laborista, tan diferente del actual, por cierto,
en el aparato del estado.
Se me
ocurren varias cuestiones: ¿Deben las luchas por una profunda transformación de
las condiciones de vida ser por un breve periodo de tiempo y ocurrir fuera del
aparato del estado, como comentas en tu libro? ¿Por qué este modelo de suaves
operaciones no podría ser fácilmente co-optado y comodificado por el mercado? ¿Puede
un nuevo poder constituyente durar el tiempo suficiente para desarrollar nuevas
formaciones y condiciones de vida?
Gerald: Por supuesto, no podemos
contentarnos con piezas limitadas de tiempo, tenemos que pensar en
transformaciones persistentes. Permanezcamos en el campo del arte. En los
últimos 50 años muchos movimientos de ocupación incluyeron actores del campo
artístico, desde las ocupaciones socio-culturales de los 70 a los squats políticos de la autonomía
italiana en los 80 o las diferentes generaciones de centros sociales que se han
sucedido hasta ahora. En el año 2011, durante las revoluciones de la Primavera
Árabe y el movimiento 15M, emergió una nueva ola de ocupaciones en Italia en el
campo de las artes escénicas, que continúa hasta hoy. Muchos teatros y espacios
culturales han sido ocupados en Italia, desde Milán a Palermo.
Todas estas
prácticas están influenciadas por la ocupación del Teatro Valle, el teatro más
antiguo de Roma, fundado en 1727 y amenazado de privatización. Fue ocupado por
actores, directores, músicos y otros trabajadores culturales en Junio de 2011,
precisamente el día que tuvo lugar en Italia el referéndum sobre el agua, en el
que se declaró un bien común. Renombraron el espacio como Teatro Valle Ocupato
y fue declarado también un bien común. Había una conexión directa entre ambos
acontecimientos que significaban el retorno de los dos significados del común:
el primer aspecto, el material, el componente ‘natural’, representado por el
agua, fue conectado al bien inmaterial de la producción cultural.
Las máquinas
sociales y las máquinas-corporales de los actores, músicos, directores,
técnicos y otros trabajadores culturales han reterritorializado la vida
cotidiana tradicional de un teatro y han fabricado un nuevo territorio. Por
supuesto que esta ocupación está basada en la profunda crisis laboral y en la precarización
de la cultura, así como en la corrupción de las producciones teatrales clásicas
y de sus formas de consumo. Pero sería demasiado limitado conceptualizar al
Teatro Valle Occupato como sólo otro signo de protesta del mundo teatral.
Sin duda, es una
experiencia fascinante que merece la pena analizar en detalle. Ese mismo año, unos
meses después del desalojo de la acampada del 15M en Madrid, tras la gigantesca
manifestación del 15O, se ocupó el Hotel Madrid muy cerca de la propia puerta del
Sol. Tras descubrir que existía en su interior una puerta que conectaba
directamente con el Teatro Albeniz, un teatro histórico cerrado desde hacía
años que estaba amenazado con convertirlo en el enésimo centro comercial de la
ciudad, se planteó durante unas semanas su ocupación. Se organizaron numerosas
asambleas de enorme intensidad en las que participaron activistas del 15M y un
amplio espectro de trabajadores del mundo de la cultura. El objetivo era
liberarlo para que se convirtiera en el primer teatro de la ciudad en manos del
común con modos de producción cultural acorde a ello. Apareció, entonces, una
Fundación dedicada a la supuesta defensa del edifico, que boicoteó de manera
drástica su liberación. Frente a la idea de convertirlo en un espacio del común
que era el eje del trabajo de la asamblea, ésta pretendía seguir un proceso
judicial, que todavía continúa, con el propósito de convertirlo en un teatro público
al uso, dirigido por los estamentos políticos representativos del régimen. Comenzó
un interesante debate, sobre qué tipo de teatro debía ser y qué clase de
producción escénica podría realizar, que se acabó perdiendo. Al final el teatro
ha terminado en manos de la entidad bancaria Kutxabank, notoria por
su voracidad especuladora, y continúa
todavía cerrado. Fue una experiencia al tiempo frustrante, intensa y, como
decía, sintomática. Una conclusión que se pudo extraer es que la brecha entre
el mundo de la producción cultural y el del activismo político era, y en gran
medida sigue siendo, demasiado grande y no se disponían ni de herramientas ni de
experiencias comunes para un desafío de ese tipo. En buena medida,
ahí nace el proyecto escénico ‘El Teatro de Acción Violenta presenta El Ruído y
la Furia’, que presentamos unos meses más tarde.
¿Puedes ampliar la reflexión sobre la experiencia del Teatro Valle
Occupato?
Gerald: Como en todos los casos del
movimiento de ocupación italiano en 2011 y en el que comentas en Madrid, la
toma del espacio está conectada con cuestiones de asamblearismo, así como del
lugar y el tiempo de reterritorialización. Como decíamos en el caso de los
indignados, los ocupantes se tomaron muy en serio tanto el espacio como el
tiempo que establecen, tomándose su tiempo para largas y pacientes discusiones
y, también, para estar en el lugar, desarrollando cada día nuevas formas de
organización y producción. En este sentido, la ocupación es una huelga. El teatro
no es sólo un símbolo, un espacio privilegiado de representación, sino un lugar
de organización no-representativa, de inclusión radical, molecular.
La idea del
teatro como un bien común no es la expresión colorista de un grupo de nuevos
hippies dentro del marco de las industrias creativas. Está estrechamente
conectada con la invención social y jurídica de una institución del común. En
este sentido, se trabajó en conciencia para establecer una nueva estructura
legal como ‘Fondaziones Teatro Valle bene comune’. En su ‘codex’ político lo
declararon como una institución basada en la auto-organización y el consenso,
en nuevas formas de seguridad social acordes a la discontinuidad del trabajo
creativo, en un modelo económico anti-privatización y, finalmente, en el
entendimiento de la propiedad intelectual como riqueza social. De este modo, los
protagonistas transcendieron la lógica meramente legal. El objetivo no era completar
una constitución acabada y estable, sino lanzar un proceso constituyente, una
huelga molecular en busca del común-ismo [commonism]. Las incontables
asambleas, proyectos transversales y experimentos ético-estéticos no buscaban
ser estandizados y troceados por la estructura legal de una nueva fundación, sino
que los procedimientos del proceso constituyente fueron produciendo el común como
auto-organización y aprendizaje.
En este sentido
los estatutos de fundación pueden sólo servir como componentes de un ‘llegar a
ser’ común. Ocupar una institución no significa tomar las viejas instituciones
y darles nuevas reglas, sino transformar y re-inventar sus propia naturaleza.
La experiencia
del Teatro Valle Occupato terminó, por el momento, el 11 de Agosto pasado, tras la amenaza de
desalojo del ayuntamiento romano, gobernado por el socialdemócrata Partito Democratico.
Se decidió, entonces, no resistir, sino esperar a negociar una futura gestión
del espacio. David Harvey, Slavoj Zizek o el jurista italiano
Stefano Rodotà estaban entre los firmantes del manifiesto de apoyo: ‘La experiencia italiana, nacida en el
2011, es el ejemplo de cómo se transforma un prestigioso teatro en un bien
común’.
Aquí termina por
el momento la conversación con Gerald Raunig, mientras algunas de las ideas toman
cuerpo propio…
Javier Montero (texto y fotos)
Link al artículo traducido al italiano por Teatro Valle Occupato.
Javier Montero (texto y fotos)
Link al artículo traducido al italiano por Teatro Valle Occupato.