La entrada del Centro Penitenciario Madrid III de
Valdemoro está controlada por guardias jurados. “Ahí tienes la primera muestra
del continuo proceso de privatización,” me comenta Miguel, la persona
organizadora del proyecto de artes escénicas realizado por los presos del módulo
4. Tienen que realizar una pieza teatral escrita e interpretada por los propios
reclusos. La escritura de la obra La cruda realidad está ya casi terminada y ahora se trata de ponerla
en marcha para presentarla en Diciembre dentro de 2 meses. Mi labor como
voluntario será apoyar y dinamizar el grupo de interpretación dándoles
herramientas teatrales, pero el objetivo último de mi participación en el
proyecto, tal como yo mismo lo entiendo, es desafiar lugares comunes de la
reinserción y relaciones jerárquicas de poder.
Se suceden las imágenes… Los muros
gigantescos coronados con alambradas... La torre de control alzándose sobre el
contorno bélico del edificio construido en el emblemático 1992… En la sala
de espera, hay máquinas expendedoras de refrescos, chocolatinas
y souvenirs. ¿Souvenirs?... Una chica musulmana con pañuelo en la cabeza y su
hijo abrazado a una tabla de skate aguardan el vis a vis… En los casilleros de los visitantes hay pegatinas en euskera, por los
derechos humanos de los presos vascos, que se resisten a ser arrancadas... Cada
día me quedaré mirándolas unos instantes, su presencia rebelde es un como un
talismán que me da fuerzas.
Hasta llegar al módulo donde
realizamos el taller, tenemos que atravesar 16 puertas, 14 de ellas blindadas, además
de largos corredores y 4 controles de seguridad. En uno de ellos, el
funcionario fisionomista se queda observando tu cara con detenimiento para
memorizarla y evitar que puedas darle el cambiazo, pienso… Tras una puerta
de rejas, las miradas como cuchilladas de un grupo de mujeres saliendo del vis
a vis me atraviesan mientras esperamos a que nos identifiquen para entrar y
ellas esperan impacientes para huir... La tecnología de vigilancia tiene aire
retro de ciencia ficción setentera… Mientras aguardamos a que nos den las
acreditaciones, la cámara nos apunta con descaro.
El ruido de las puertas al cerrarse a nuestras
espaldas acrecienta la claustrofobia. Según avanzas por los corredores toma
cuerpo la sensación de que el tiempo se va deteniendo, detenido, preso. Las formas que adopta el aislamiento como forma de subjetivación. La
cárcel como paradigma de la guerra del sistema contra las clases más
vulnerables, es una frase que toma cuerpo repitiéndose como un mantra en mi
cabeza mientras recorro los pasillos.
Cuando entro en el
módulo me olvido de mi mismo. No se trata solamente de que me ponga a
disposición de la dinámica colectiva de producción de una obra escénica y del trabajo
del grupo. No se trata sólo de eso…
Las sesiones en el módulo comienzan
con una asamblea general en la que los participantes hacen recuento de la
situación antes de que cada grupo de trabajo se ponga manos a la obra. Es el
primer día y encuentro que los presos están nerviosos, especialmente los
encargados de interpretar la obra. Tienen pequeñas discusiones a la hora de
repartirse las tareas. Los actores parecen convencidos de que no van a poder
aprenderse el texto de memoria y ponen pegas sobre los papeles que les ha
tocado dar vida. Sienten la representación de la obra como una amenaza cercana
e inquietante. Miguel dinamiza la asamblea con mano izquierda.
Me asaltan imágenes de los tiempos
del colegio. Los lenguajes táctiles y la intuición. Las bromas y las
burlas. Los sentidos del humor. Los códigos de masculinidad. Imagino que
me recordaría también a la mili, pero fui insumiso. Entro en un estado
hipnótico que se prolonga durante toda la sesión. La riqueza étnica. Los
cuerpos musculados de los presos. Los tatuajes. Los cuidados cortes de pelo. La
chulería. Las interacciones. Los roces. Los desafíos… Trato de leer el complejo
sistema de códigos.
Atravieso la cabina de
los funcionarios para ir a al baño. La propaganda del sindicato ACAIP está por
todos lados. La tele siempre encendida. El tedio de la vigilancia. Una
pegatina con una bandera roja y amarilla y el texto ‘España: una nación, una
bandera’ en el respaldo de una silla. Más pegatinas en el mismo tono en los
casilleros de los funcionarios… A
partir de ese momento utilizaré siempre el servicio de los presos.
La máquina escénica frente al teatro de reinserción
Hay días en que el parking de la cárcel aparece
repleto de coches de gamas de lujo y 4x4s. Imagino que tiene que ver con la
detención del alcalde de Valdemoro por corrupción. “La cárcel como paradigma de la guerra del sistema contra las clases
más vulnerables”. En los corredores de acceso al módulo y en los
puestos de control solemos cruzarnos con abogados de las más variadas
procedencias. El funcionario que recoge nuestros DNIs tiene la documentación de
un abogado del colegio de Vizcaya. No es difícil de deducir ha venido a visitar
a presos vascos. Me asomo a la puerta de rejas y veo que están reunidos en una
de las salas acristaladas de visita.
Durante el ensayo Lolo, uno de los presos
del grupo de interpretación, me dice que él con la música hace lo que quiere,
pero que es incapaz de actuar en una obra de teatro. Le contesto que cómo va
ser incapaz de actuar en una obra de teatro si ha sido capaz de atracar un
banco.
Es sintomática la paradoja de verte
dando confianza a quienes han desbordado el sistema, para que se atrevan a
experimentar y desafíen lugares comunes... La cultura, el
teatro, parece algo ajeno y alienante que invisibiliza la guerra en curso. Sobre el proyecto orbita siempre la idea de la
reinserción en una sociedad normal. El merecimiento de las condenas, el pago de las
cuentas pendientes, la utilidad social, el sentido de culpa. Y no puedo evitar
entender la reinserción como un proceso de infantilización, desde la
anulación a la auto-anulación.
Los códigos talegueros
subterráneos nos sirven de atajos dramáticos que rompen la armonía impuesta de
los códigos del conformismo y la normalización. Los comentarios, los silencios,
las coletillas, las onomatopeyas, los sonido realizados con el cuerpo, los
gestos, las miradas, los sonidos emitidos por el cuerpo, los movimientos, las
coreografías, las interacciones, los cuerpos… Y el sentido del humor del genial Michelle,
preso napolitano del grupo de actores al que le quedan muchos años de condena.
“Tienes que aprender a bailar al ritmo de la vida para no pudrirte,” me comentó
una vez con una sonrisa melancólica que se me ha quedado grabada. La potencia escénica de los presos les permite
desbordar el teatro de la reinserción.
Ensayo
general
En la entrada de la cárcel hay numerosas personas de
múltiples orígenes étnicos y similar extracción económica esperando para el vis
a vis. Se palpa la proximidad de las Navidades. En uno de los controles nos
tienen mucho tiempo retenidos.
Al Llegar nos enteramos de la fuga de Brian, uno de
los presos que participan en el proyecto. No ha vuelto del permiso que le
habían concedido y se ha escapado. Arrinconadas a la entrada del módulo hay dos
bolsas con todas sus pertenencias y un papel pegado con celo con su nombre
escrito a mano. Se guardarán hasta que Brian vuelva a la cárcel. El rumor dice
que está ya en Colombia disfrutando de una nueva identidad.
Llego cansado y
necesito tomarme un café para recobrar la lucidez antes de comenzar el ensayo
general. Voy por un pasillo trasero hasta el economato. El preso de aspecto
atlético que me acompaña, y que desde mi llegada sentía que me miraba de manera
desafiante, no me deja pagar. Me muestra una tarjeta con el logo del Ministerio
del Interior, que se carga cada semana desde el exterior con una transferencia bancaria
máxima de 120 euros. Los presos del módulo ponen un fondo para que quienes no
reciben ningún ingreso tengan una pequeña renta básica semanal de 12 euros.
Junto al escenario los
presos han montado una sala de fumar en un cuarto con un gran ventanal a un
patio, en el que hay campo de fútbol de tierra delante de los muros de la
prisión. Durante los ejercicios de calentamiento Miguel recita Invictus. Un poema de William Ernest
Henley que, según me cuenta, Nelson Mandela recitaba en prisión al resto de
reclusos. Cada verso que Miguel pronuncia es coreado por todos nosotros, que
formamos un círculo sobre el escenario. “[…] / Soy el dueño de mi destino / Soy
el capitán de mi alma”. Antonio, uno de los presos actores, me susurra “eso no
me lo creo, lo he oído tantas veces.”
En un breve descanso me
cuelo en el gimnasio. En la sala de pesas los reclusos coreografían una
factoría de cuerpos musculosos calibrando las pesas, haciendo flexiones,
levantamientos, estiramientos. Mientras, en la cancha de basket presos caribeños
disputan un intenso partido en el que cada canasta es celebrada con un ritual de
gritos, gestos y saludos.
El
estreno de La Cruda Realidad
Debato conmigo mismo si
intento introducir el móvil para sacar fotos que reflejen mi propia
experiencia. Me lo he planteado cada día que he venido a la cárcel y hoy es la
última oportunidad, el gran día. Afortunadamente no me decido a hacerlo, porque
en la entrada nos registran con meticulosidad. Hoy hay medidas especiales de
seguridad.
“No se puede entrar con
las carteras ni con nada de valor.” Mientras nos pasa el detector de metales,
el funcionario continúa, “Hay que tener mucho cuidado con las familias y los
invitados. No nos hacemos responsables de lo que pueda pasar dentro”. Toma el
relevo su compañero, “no es que esté prohibido, es que no nos responsabilizamos.
Es para que no desaparezcan ni carteras, ni carnets, ni tarjetas de crédito. No
es por los presos es por las familias, que son de cuidado. Algunos han estado ya
dentro. Son más peligrosos que los propios presos. Hoy va a haber aquí mucho
gitano…” Entro con la cartera. Llevamos meses
trabajando y aprendiendo de "esos presos".
Me indigna que funcionarios
públicos se permitan expresar abiertamente comentarios racistas con esa
naturalidad. Hablan con personas que desconocen y nos saben cómo piensan, pero
dan por sentado que todos compartimos sus palabras. El cámara del equipo que ha
venido a grabar la actuación, de hecho, es familiar de uno de los presos. Me
sonríe con complicidad cuando se lo comento mosqueado, mientras esperamos en el
siguiente control. Si yo supiera…
Hay un ambiente de
ebullición y entusiasmo alrededor del escenario. El fumadero donde los presos
se maquillan está hasta arriba y parece una fiesta. Lolo se ha puesto una
camiseta ceñida y muestra orgulloso los tatuajes de sus bíceps. Hacemos
ejercicios de calentamiento dirigidos por Miguel y ensayamos brevemente algunas
escenas antes de la representación. Me he quedado tan tocado con
el nivel de racismo de algunos funcionarios que voy a necesitar tiempo para
digerirlo. Otro dato, los presos llevan
meses trabajando para poner en pie el proyecto pero no pueden entrar a ver la
representación sus familiares menores de 18 años, justo en Navidades.
Durante los
preparativos finales tengo la oportunidad de hablar con la persona encargada
del montaje técnico, tras días observando su trabajo. Le comento que me ha
sorprendido lo bien que están colocados los micros de ambiente, que permiten
escuchar a los actores con claridad. Charlamos. Él me cuenta que en los 80 fue
guitarrista del grupo heavy Cánnabis Flan, con el que llegó a actuar en el
Villa de Madrid y en espacios históricos como la ‘Sala Canciller’ y el
‘Rockola’. Es un hacker y está preso por un delito informático.
Los nervios, las risas,
pero, sobretodo, la emoción de los familiares y amigas reconociéndoles desde el
patio de butacas inundan el teatro. Entra un patriarca apoyado en un bastón y
se sienta sólo, en primera fila a ver la obra. Empieza la función. Las escenas
se suceden como precisión. Los presos ponen en
marcha una máquina teatral que desborda la obra que representan. Una máquina de
guerra teatral que desborda el marco de una reinserción diseñado para fomentar
la debilidad y no la rebeldía.
Es brutal como los presos han conseguido que me sienta útil. Las caras de las familias gitanas, latinas, payas no se me van a olvidar
nunca. Nunca. Quienes nos "iban a robar". Al salir de la cárcel un funcionario me comenta que
hemos trabajado con algunos presos históricos de los motines de los 90. Qué
orgullo.
Javier Montero (texto y fotos)
Javier Montero (texto y fotos)
Agradecimientos
A todos los presos del módulo 4 que han intervenido en el proyecto y muy especialmente a Luís, regidor de la obra, y a los integrantes del equipo de interpretación Rubén, Michelle, Antonio, Manuel, Víctor, Ruben y Ricardo.